Por: M.C. Mireya Ramírez Ordóñez
Hemos
hablado hasta el momento de diversos temas relacionados a la recuperación en
materia de adicciones, y en este proceso no podríamos omitir hablar de las
expectativas que un paciente puede tener acerca de su propio proceso de
recuperación con miras a su mejoría.
En
mi experiencia como psicoterapeuta, por un poco más de diez años, me he
encontrado en la mayoría de las ocasiones con expectativas irreales de los
pacientes a cerca de su tratamiento psicológico, y ello aplica a muchos de los
servicios profesionales que pueda brindarles un psicólogo o un psicoterapeuta. Ya
que muchas de las personas esperan que tengamos como digo a mis alumnos “la
solución mágica escondida en el cajón de nuestro escritorio”, pero no es así;
la solución a sus problemas implica esfuerzo de su parte para renunciar a
viejas ganancias secundarias y poder, poco a poco, construir un cambio apenas a
corto plazo. Ello puede representar una terrible desilusión para muchos de los
que acuden al psicólogo o psicoterapeuta. Lo cual no es exclusivo de la
consulta ambulatoria o los pacientes externos.
En
un centro o clínica de rehabilitación en adicciones, dicha fantasía prevalece.
Ya que muchas de las familias de las personas que son ingresadas a un centro o
clínica en adicciones piensa que con ello “se librarán” de los problemas
cotidianos que han vivido junto a su familiar; sin embargo, aunque algunos
desaparecen o se controlan como el consumo, las huidas de casa y las conductas
de riesgo; esto no lo es todo.
Detrás de ello viene, acompañar a su familiar
mientras hace frente a su proceso de desintoxicación, conjuntamente a afrontar su
responsabilidad como familia con relación a la adicción, la cual durante largo
tiempo negaron, encubrieron y complementaron, resolviendo sus dificultades y
asumiendo por él o ella sus responsabilidades. Todo esto a la par, que toman conciencia
de su propio padecimiento: su codependencia de la persona adicta, lo que
implica tomar tratamiento familiar, a fin de identificar las conductas y
patrones que favorecieron el consumo que culminó en una adicción.
Finalmente,
trabajar tanto o más que la persona adicta con miras a su recuperación, implica
para la familia reconocer sus propias limitaciones y errores, lo cual a casi
nadie nos gusta ni nos es sencillo. Ya que en un contexto de irresponsabilidad
siempre será más cómodo y menos angustiante pensar que es el otro el que debe “curarse”.
Es por ello que, contrario a lo que se
piensa, el mayor costo del tratamiento, no es monetario; el mayor costo es
aquel que causa el sabernos imperfectos y ávidos de cambio.
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